lunes, 31 de agosto de 2009

Crónica y delirios de un escritor


Día Uno

No se que voy a escribir. Intenté ponerme, darme manija con una historia pero, acá me ven, tirado en un rincón mientras la lluvia rebota en mi frente. Las gotas caen desde un agujero en el techo. Sudo frío. Insinúo miedo a la oscuridad. Está siempre en mí. Un corazón apagado. Tan apagado que me da nauseas de solo pensar en algo lleno de nervios, que bombea sangre cada vez que respiro. Sigue lloviendo ¡Qué olor a humedad! Es el mismo olor que siento todos los días: viene de mis huesos.


¡Que locura! No entiendo nada más. Quizá el mundo quiera esto para mí. Partido al medio por una estaca burda de madera. Mis manos sangrando barro. Estoy partido a la mitad. No se si es de noche o de día. Siento frío. Debe de ser invierno. Buena época para salir a matar. O matarme.


Camino por mi mente buscando a una persona gris, opaca, con menos ganas de vivir que yo. Es la indicada para morir. Le voy a hacer un favor matándola. Algún borracho que no hace otra cosa que pasarse la vida nadando entre alcoholes. O alguien que no encuentra lugar en la tierra ¡Si! Es la única forma de contar una historia. Poder escribir. Matando o matándome.


Tantas sonrisas tengo en la memoria ¡Hay, salgan de mi ser! Busco a personas sin perspectivas más allá de la nariz. Que solo le importe cuantas botellas tomar o secuestrar para violar y luego matar. No tengo que dejar que lo hagan. Tengo que encontrarla antes. Con solo pensar que va introducir semen en el cuerpo de una inocente me da asco. Tiene que morir. Tengo que encontrarlo. No puedo ver más sonrisas. No puedo darme ese lujo.


Siento miedo, mucho miedo. Es invierno. El frío hace que sea vulnerable. Me pueden matar. Con solo apretar el gatillo de su arma oxidada, muero; caigo derrotado como el peor de las escorias humanas. Sin planificación: muero. ¿No es lo que estoy buscando? Morir como una opción de historia. Como opción de vida. Morir para luego contar como muero.


El barro inunda la habitación colonial. Esos edificios viejos. Llenos de historia. Qué lástima. En la ventana baila una gota. Comienza en el extremo más alto y luego baja sin nada en que pensar y vivir. Qué fácil. Tan solo es eso: 50 centímetros de vida. Nace en el marco y termina muriendo en mi mano, o en el piso, o en mi zapato. Tantas cosas nacen para morir en poco tiempo. Uno quiere vivir poco, para luego morir por más tiempo.


Empiezan a aparecer arañas, hormigas, langostas. Insectos que no saben que están vivos, que no manejan su vida. Cualquier persona, si se decide a pisarlos, les termina la vida, su vuelo, su construcción en pocos segundos. Es un momento. Pensar que en la vida del hombre pasa lo mismo. Hay gente que en un momento pueden terminar con la vida de otra. Con solo hacer un movimiento. En un punto exacto. Eso es lo que quiero (y busco)...matar o morir.