Día tres
Dios quiere algo para mi. Lo siento, lo presiento ¿Por qué no esperar un tiempo más? Hay personas peores que yo: el maldito asesino de esa pequeña niña; el político corrupto, que es más asesino que ninguna otra persona; el vecino, con su ronquido dominical. Lo único que logra es que necesite matarlo para poder dormir. Asco me da cruzarlo en el ascensor. Con ese aroma a vómito. ¡Por dios! ¿Acaso él no merece morir?
Morir para matarme. Matar para morirme. Siempre me pregunto quién soy, para que he nacido alguna vez. Si sirvo para algo. Creo que no. Ni para respirar, la alergia me mata. No respiro como las personas normales ¿Caminar? Siempre termino con mis ligamentos rotos. Mis extremidades inferiores no dan más. Quieren irse ya. El problema, es que ellas no se pueden liberar por si solas. Nacieron, crecieron y se desarrollaron en mis días dorados. No pueden vivir sin mi. No serían más que carne pudriéndose en algún sector. Quizá sea mejor así ¿Llegará lejos mi mano? ¿Hasta dónde llegará mi pie? Tal vez sea lo mejor que hagan en su vida. Separarse para irse algunos metros de mi cuerpo. Sería lo más glorioso. Morir a pocos metros de su mentor. Un mentor bueno para nada. Los dejaré libres. Así pueden pudrirse sintiéndose únicas. Dejaré un recado, cuando muera, para asegurarme de que vayan a un mejor lugar ¿Qué más puedo hacer por ellas? Fueron mis fieles amigas.
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