Día seis
Desperté luego de un sueño extraño: estaba en las oficinas de una empresa muy oscura; no podía distinguir en qué lugar de la ciudad estaba. Su nombre era “finish live”, lo había leído en los clasificados. Alguien hacía muchas preguntas y no me dejaba hablar. Creo que, por esto, mi día se hizo pesado. Estaba perturbado, agotado de pensar a quien matar.
Y comencé a buscar palabras, o asesinos, en mis cajones, en mis bolsillos. Me llamó la atención un saco azul, que compre en una barata de ropa usada en Barrio Guemes hace como tres años, tirado al fondo del placard. Está muy sucio, con olor a comida para polillas. Revisé en sus bolsillos y encontré un ticket de un bar con una anotación en su dorso que decía “palabras, ¿dónde están?” y me puse a pensar...
Y me pregunte dónde estoy yo ahora. Simplemente estoy perdido, perdí todo lo que pensé que tenía. Ahora estoy desorientado: no se si hay norte o sur, este u oeste. El viento sopla de algún lugar, pero no lo puedo sentir. No siento mis pasos, no siento mis manos, no siento mi piel. No es la mía, es la de otro. Alguien que fui, que nunca quise volver a ver, pero lo vi en el espejo y en mis palabras. Malditas palabras, llenas de alquitrán. Contaminadas de insensibilidad; esas que se dicen sin pensar, sin sentir que pueden tener fantasmas.
A veces me pregunto por qué salen y no lo entiendo. Como que no pensaras que las vas a decir, pero las decís. Va más allá de uno, no son propias pero se hacen propias con la articulación de las cuerdas vocales y el soplido de los labios.
Palabras de doble filo, palabras que lastiman. Son peores que más de cien cachetadas juntas, ahondan en lo más profundo del ser. No hay vuelta atrás. No hay un pasado que pueda remediarlas. Palabras, malditas palabras envenenadas, cual serpiente de gas.
Y el gas ya complota con mi cuerpo y mi bolsillo. La cuenta llegó como si fuera invierno en el polo sur, o norte. No se como pagaré tantos gastos, tantas cuentas: luz, gas, agua...vida. El dinero, ¿qué es el dinero? Eso, si si, eso y nada más que eso. Tengo que escribir para pagar mis cuentas y mi vida. Tengo que encontrar la tragedia. En la tragedia y el morbo está la ganancia visceral de este mundo despiadado. La tragedia es la bala que consume al consumista y sentirse consumido pero feliz, feliz por ser parte del consumo. Y todos consumimos: el consumidor, el que fala, el que camina por la línea mientras las “esnifa”, el que come, el que bebe, el que se viste...yo. Hace poco compré un saco en Guemes y en el bolsillo había un papel...y una nota que decía “ahí están”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario